Desafortunadamente, llega un momento en el que todo es tan
transparente que te da miedo. Dudas de la veracidad de todo de lo que te
compones y empiezas a pensar que sobra algo, por lo que derrumbas los
castillos de sueños y te embarcas en el desalojo de las ilusiones que
permanecen en tu cabeza.
Caes en la cuenta de que nada es tan perfecto como lo plasmas en y para ti. Como si estar acostumbrada a palos fuera lo tuyo, sin disfrutar del presente que se te proporciona en ese momento, sea corto o duradero.
Y empiezas a respirar desesperanza como una fumadora pasiva que no quiere probarlo nunca pero no puede evitar tenerlo cerca. Intentas escapar lo más rápido de un rosa sospechoso por un camino más negro que el carbón, queriendo o creyendo encontrar así algo de normalidad.
Lo que no te paras a pensar es que la realidad duele en parte. Que si esas estrellas fugaces te conceden un deseo no es en vano y que con la misma que te lo dan, te lo quitan. Como en el círculo vicioso del destino que se emperra en darnos lecciones de la vida y no nos da tregua alguna.
Caes en la cuenta de que nada es tan perfecto como lo plasmas en y para ti. Como si estar acostumbrada a palos fuera lo tuyo, sin disfrutar del presente que se te proporciona en ese momento, sea corto o duradero.
Y empiezas a respirar desesperanza como una fumadora pasiva que no quiere probarlo nunca pero no puede evitar tenerlo cerca. Intentas escapar lo más rápido de un rosa sospechoso por un camino más negro que el carbón, queriendo o creyendo encontrar así algo de normalidad.
Lo que no te paras a pensar es que la realidad duele en parte. Que si esas estrellas fugaces te conceden un deseo no es en vano y que con la misma que te lo dan, te lo quitan. Como en el círculo vicioso del destino que se emperra en darnos lecciones de la vida y no nos da tregua alguna.
Y
cuando sientes que el mundo se ha derrumbado definitivamente bajo tus pies,
cuando has perdido la fe y crees que ya no queda nada más que hacer sino alzar
la cabeza y seguir hacia delante como si nada hubiese sucedido, todo vuelve a
cambiar.
Siempre
he creído que el ser humano es un hipócrita, que lo da todo a quien le niega el
afecto, y a aquellos que le aman les responde con pura indiferencia. El
problema es que hay que estar al borde del precipicio para saber cómo se siente
realmente, y nosotros creemos que es suficiente con imaginarlo, y vamos por el
mundo creyéndonos los salvadores de nuestra especie hasta que sucede. Sucede
que nos enamoramos y el mundo se vuelve patas arriba. Y en el momento de
decidir, nos lanzamos a la piscina, sin miedo alguno, suponiendo que todo será
tan sencillo como respirar, como amar y ser amado, el sueño absurdo de toda
persona cuerda. Sin embargo, sin previo aviso, nos hallamos tan cerca de caer
al abismo que la cobardía hace acto de presencia. Entonces ya es demasiado
tarde. Entonces la fuerza abrasadora ya nos ha consumido hasta reducirnos a
cenizas, sin darnos ocasión de replicar o entender por qué razón acontece así.
No
soy de esas personas que se engañan a sí mismas afirmando que jamás se enamorarán,
ni me agrada hacerme la insensible. La anarquía nunca estuvo entre las
prioridades de mi ideología, porque detesto ir por ahí colgándome medallas
progresistas cuando siempre fui una enamorada de este tipo de tradiciones del
mismo modo que la mayoría, por no decir la totalidad de nosotros. Y no necesito
justificación para lo que siento, porque no he sido yo la responsable, ni
siquiera he decidido en qué momento ni situación he llegado a hallarme al borde
del precipicio. Si el destino me la ha jugado seré yo quien haga esta vez los
movimientos más perspicaces, porque esta partida en la que se narra mi porvenir
más próximo aún no ha acabado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario